El diario de Kiko

Hace unos meses atrás leí Anotaciones de Kiko Argüello. Es un libro lleno de reflexiones sobre las vicisitudes y luchas diarias que muestran nuestra condición de humanidad.

Un cuaderno de Anotaciones que termina por convertirse en diario o, más bien, un campo de batalla en el que, por medio de las palabras, se libra el combate. El demonio lo tienta, le dice que desista, pero Kiko se dice: ¡ánimo!, y se impulsa a seguir.

Este libro no es más que un desmesurado esfuerzo de consciencia o, también, es producto de la tensión, ¡el estrés, la fatiga moral y física! Cada una de estos enunciados evidencia la pérdida de fuerza contra la que combate Kiko con oraciones: «Tú me ayudarás, no sucumbiré…».

La fe cristiana no es fácil: «Si te caes, levántate. ¡Lucha! Reza. ¡Humíllate!», «¡Escucha!». Kiko dice que es la única forma que tenemos para hacernos más sabios. Y ser sabio, no es suficiente, la sabiduría aparece para ayudar mejor a los demás. Ese es el trabajo de todo cristiano.

A medida que se avanza en la lectura, se descubre a un Kiko Argüello que ha sido dotado de cierta sabiduría. Escribe como si fuera ajeno a sí mismo, ya que aparenta estar en manos de alguien que guía de forma misteriosa su pluma.

Similar al hinduismo: «Acepta todo y sé libre», en Anotaciones, Kiko Argüello busca hacernos despertar. Cavilaciones y discernimientos profundos, dolorosos y lúcidos. Siempre necesitamos luz, pero solo somos más consciente de esta necesidad cuando estamos en la sombra. Cada reflexión, cada sentencia, cada oración de este libro es un intento por generar algo de luz en el propio dolor o sufrimiento.

«¿Quieres tener discernimiento? Renuncia a todo, quédate sólo con Él. Desprecia el mundo y su vanagloria», sentencia. ¿Pero acaso eso es tan facil? La respuesta es No. El camino es difícil, pero Argüello afirma que la conversión está justamente allí en tomar la cruz y seguir. Una situación por demás compleja pero necesaria. Realizarla solos es imposible, por lo que, para llevarla a acabo, añadiría: Señor, ten piedad de mí.

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